Chesús Yuste - Y van ya 12 años. Una vez más Zaragoza se ha movilizado contra la
tauromaquia. Y cada vez somos más. Representamos a la mayoría social y
podemos decirlo sin complejos: «El siglo XXI será el del reconocimiento de los derechos de los animales». Así
lo he proclamado cuando desde las escaleras de la Diputación Provincial
he tenido el honor de dar lectura al manifiesto como colofón a la
manifestación. Quiero dar las gracias públicamente a las compañeras y
compañeros de Amnistía Animal por concederme el privilegio de escribir y
leer el manifiesto y por haber reconocido, mediante la entrega de una
placa, el trabajo que he desarrollado en el Congreso como coordinador de
la Asociación Parlamentaria en Defensa de los Animales (APDDA). Ha sido
muy emotivo.
MANIFIESTO DE ZARAGOZA ANTITAURINA 2014:
"Hace un par de siglos un rey podría
haber dicho: «No negaré a mis súbditos el gusto de disfrutar de una
buena ejecución en la plaza mayor,
sea en la horca, el garrote o la hoguera». Ahora ya no podría decir lo mismo. En estos tiempos un líder político todavía puede decir: «No negaré a mis ciudadanos el gusto de disfrutar viendo torturar y matar a un animal herbívoro en una plaza de toros». No me cabe la menor duda que en unas pocas décadas nadie se atreverá a decir algo así.
sea en la horca, el garrote o la hoguera». Ahora ya no podría decir lo mismo. En estos tiempos un líder político todavía puede decir: «No negaré a mis ciudadanos el gusto de disfrutar viendo torturar y matar a un animal herbívoro en una plaza de toros». No me cabe la menor duda que en unas pocas décadas nadie se atreverá a decir algo así.
El siglo XIX fue el del final de la
esclavitud de las personas. Es cierto que aún queda mucho para
universalizarla, en eso estamos. El siglo XX fue el de la igualdad de la
mujer. Aún queda mucho por hacer en pos de ese objetivo, pero ahí
seguimos. Tengo la absoluta convicción de que el siglo XXI será el del
reconocimiento de los derechos de los animales. Y nuestra contribución
fundamental será poner fin a las corridas de toros y a otros
espectáculos públicos basados en el maltrato y muerte de animales.
Nuestra contribución pasa por erradicar esa subcultura de violencia
contra los animales que recorre toda la geografía del Estado español. Lo
que la Ilustración no pudo culminar nos corresponde a nosotros y
nosotras hacerlo. Si nos escandaliza que, en un Parlamento democrático
del siglo XXI, una diputada de la mayoría pueda alegrarse de que la
tauromaquia sobreviviera –y cito sus palabras– «cuando la Ilustración
asolaba España» (¡qué barbaridad!, ¡pero qué cosas hay que oír!),
tenemos que comprometernos para acabar el trabajo que los ilustrados no
pudieron completar y que nos aleja, entre otras cuestiones, del respeto
por los animales que existe en el conjunto de Europa.
Formamos parte de la mayoría social que
rechaza el maltrato animal, a la que no le gustan las corridas de toros,
que se niega a distraer dinero público para salvar ese negocio ruinoso
que es la tauromaquia, que se opone a que ese espectáculo cruel pueda
llegar a los ojos de nuestros niños y niñas y adolescentes. Lo dicen
todas las encuestas. Sintámonos orgullosos de esa mayoría social de la
que formaban parte aragoneses tan ilustres como Francisco de Goya que
reflejó en su obra la brutalización colectiva del pueblo español de su
tiempo, tanto en los grabados de la Tauromaquia como en los Desastres de
la guerra o en los Disparates, que ilustran la España negra.
Marchemos junto al regeneracionista
Joaquín Costa, que escribió en 1894: «La crueldad hacia los animales
irracionales hace el corazón insensible a los sufrimientos de los
hombres. Las corridas de toros son un mal inveterado que nos perjudica
más de lo que muchos creen y de lo que a primera vista parece. Desde la
perversión del sentimiento público hasta el descrédito del extranjero,
hay una serie tétrica de degradaciones que nos envilecen».
Avancemos pues hasta la desaparición de
la tauromaquia junto a un hombre de ciencia, el Premio Nobel de medicina
Santiago Ramón y Cajal, que decía: «Me enorgullezco de no haber
figurado nunca entre la clientela especial de las corridas de toros».
Nosotros y nosotras también estamos muy orgullosos de eso.
Con cinco millones y medio de parados,
con centenares de miles de familias desahuciadas, con recortes brutales
en sanidad, educación o dependencia, nuestra sociedad no puede permitir
que haya gobiernos que pretendan destinar dinero público, con la excusa
de proteger un presunto patrimonio cultural, para sostener espectáculos
donde se maltratan y matan toros y que solo interesan a una minoría más
pequeña cada año que pasa. Eso es inaceptable.
Resulta evidente que asistimos al ocaso
de la tauromaquia, con los tendidos vacíos y la rentabilidad por los
suelos. Las empresas taurinas se quejan amargamente de que nadie va a
los toros. Esa es la realidad. Si acaso en las fiestas patronales,
cuando la diputación reparte entradas a manos llenas. Y muchas veces ni
por esas. Por eso, quienes pretenden vivir de matar toros necesitan una
etiqueta de respetabilidad, como es el patrimonio cultural, para
justificar la transfusión en vena de subvenciones públicas para poder
continuar el negocio. Y eso será a costa de recortar el apoyo público
que merece la cultura de verdad: las librerías, las bibliotecas, el
teatro, el cine, la música…
Saben que su tiempo ha pasado, pero se
resisten a desaparecer y van a intentar garantizarse un público futuro,
penetrando en la infancia y adolescencia de forma escandalosa. A pesar
de que las corridas de toros son la anestesia de la empatía que
necesitamos para vivir en sociedad, a pesar de que son un golpe mortal a
la educación, a pesar de que no transmiten valores de respeto hacia los
seres vivos, sino todo lo contrario. Nadie en su sano juicio elevaría
la crueldad y el sufrimiento a la categoría de patrimonio cultural. Y ya
no solo decimos estas cosas los antitaurinos, lo dicen también
psicólogos y pedagogos. Y desde hace unos meses el mismísimo Comité de
los Derechos del Niño de Naciones Unidas, que considera que la
tauromaquia contraviene la Declaración de los Derechos del Niño y
recomienda que los menores no puedan ser espectadores ni ingresar en
escuelas taurinas. Eso debería obligar a las televisiones a no
retransmitir corridas de toros durante el horario protegido para la
infancia. Estamos hablando de exponer a menores de edad a imágenes
reales de crueldad y de violencia. No es una película de ficción; es un
acto cruel que está ocurriendo realmente.
Por eso, no podemos sentarnos a esperar a
que el empresario taurino termine cerrando la persiana. No basta con
saber que el final de la tauromaquia es la crónica de una muerte
anunciada. No nos podemos conformar con esperar dos o tres décadas a que
se cierren las plazas por falta de público. Tenemos que trabajar ahora
para garantizar que eso suceda ya, para que ocurra cuanto antes. Como
decía Victor Hugo, «no hay nada más poderoso que una idea cuyo tiempo ha
llegado». Y este es nuestro tiempo, compañeros y compañeras. Por eso
estamos aquí un año más manifestando que Zaragoza es antitaurina. Un año
más cerca de que la plaza de toros de La In-Misericordia sea historia.
¡Por la cultura, por la cultura de la paz! ¡No a la violencia! ¡No a la tauromaquia! ¡Zaragoza Antitaurina!" - Chesús Yuste
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