Chesús Yuste: "Hasta que en este país no hubo un 
empresario contaminador que fue a la cárcel, la gente no se tomó en 
serio el delito ecológico" 
Icíar Ochoa de Olano - Decía Mahatma Gandhi que una nación bien puede ser juzgarda por la 
vida que da a sus animales. En España, han tenido que pasar casi siete 
décadas desde que los restos del padre espiritual de la independencia 
india fueron cremados para que la crueldad que se ejerce a diario contra
 perros, gatos, caballos, vacas, pájaros o gallinas, hasta provocarles 
la muerte, deje por fin de ser impune, o bien, de zanjarse con una 
simple multa o unos trabajos comunitarios. Ha llegado el día de las 
bestias. Al menos, en el juzgado de lo Penal número 8 de Palma de 
Mallorca. Allí, la brava magistrada titular, María Jesús Campos 
Barciela, se ha propuesto por su cuenta civilizar a la comunidad bípeda 
del país y ha decidido, por primera vez en la historia española, que 
estos agresores dejen de irse de rositas y paguen sus respectivas 
sentencias a la sombra de una celda. 
Justo ahí es donde lleva ya más de una semana Eugenio Sánchez María, 
41 años, repartidor de una empresa de bebidas y caballista. Un juez le 
condenó a ocho meses de prisión por linchar a golpes a su caballo Sorky,
 que resultó descalificado en una carrera de trote por saltar. A 
diferencia de lo que ocurría hasta ahora, el magistrado responsable de 
la parte ejecutoria del proceso –en este caso, Campos Barciela–, ha 
decretado que cumpla su pena entre barrotes. Y lo ha hecho tras valorar 
la «lenta agonía» que padeció el cuadrúpedo y que «la muerte a palos es,
 en humanos y en animales, una de las más angustiosas». En su auto 
concluye que el acusado «menospreció» la vida del caballo «solo porque 
se enfadó por su mala carrera», que su «muerte atroz es una aberración 
en el siglo XXI» y que «la indignación ciudadana mallorquina está 
justifica y es legítima».
Sánchez María es el primer ciudadano español que cumple su pena en 
prisión por maltratar a un animal. Pero no el único. La supermagistrada 
de los animales acaba de dictaminar la misma suerte para un vecino de 
Palma, condenado a un año de privación de libertad por matar de hambre a
 su perro. El hombre tenía al can famélico y deshidratado, atado en el 
patio de su casa con una cuerda tan corta que le impedía incluso 
levantarse. Rescatado por la Policía, falleció a los pocos días pese a 
recibir atención veterinaria. De nuevo, Campos Barciela se compadece de 
la «agonía» que padeció la mascota y justifica su fallo por el 
«antipedagógico mensaje» que, considera, se transmitiría «si el culpable
 consigue ser condenado a una pena de escasa gravedad y, como es 
frecuente en este delito, se suspende su cumplimiento».
Hasta ahora, esto era lo que ocurría en España habitualmente cuando 
las condenas dictadas, al margen de su naturaleza, eran inferiores a dos
 años. Y siempre y sin excepción en el caso de las penas relacionadas 
con las agresiones a animales. Y es que el Código Penal aún se muestra 
muy tibio ante estos comportamientos. Eso, pese a su reciente 
endurecimiento, que se traduce, desde el pasado 1 de julio, en la 
consideración del maltrato animal como delito –antes era una mera falta–
 y en la ampliación de la pena máxima de doce a «solo» dieciocho meses. 
«Sigue sin llegar a dos años», se lamenta Nuria Menéndez de Llano, 
abogada especializada en Derecho Animal y directora del departamento 
legal del Observatorio de Justicia y Defensa Animal, que aboga por 
ampliarla a «al menos los tres años».
Aunque habrá que aguardar a nuevo abordaje del código para ello, la 
letrada expresa abiertamente su satisfacción por las «valientes» 
resoluciones judiciales de la magistrada mallorquina. «Como ha quedado 
de manifiesto, los jueces tienen la potestad para que estos criminales 
entren en prisión a cumplir las condenas. No necesariamente tienen que 
ser fallos de más de equis meses. Se pueden valorar otras 
circusntancias, como el grado de crueldad, de indignación social que 
causa, la reincidencia, etcétera», enfatiza.
Zoofilia y sadismo
Pero, si resulta que el castigo ante estas agresiones dependía y 
sigue dependiendo de la peticiones de condena que efectúen los fiscales y
 de la decisión final de los jueces, ¿por qué los veredictos de cárcel 
no han llegado antes? Manuel José Molina, el abogado que ejerció la 
acusación particular en el ‘caso Corky’ y en el último del perro muerto 
de hambre, ambos en nombre de la Asociación Balear de Abogados por los 
Derechos de los Animales, Abada, de la que es vicepresidente, lo 
atribuye a un cambio en la «sensibilidad de la sociedad. Por suerte, 
estamos evolucionando. A menudo, los jueces van a remolque de los 
cambios sociales y ellos también se empiezan a sensibilizar», expone.
En el mismo sentido se expresa el portavoz de la Asociación 
Parlamentaria en Defensa de los Animales, la plataforma que ejerció de 
lobby en la última reforma del Código Penal para que, entre otras 
mejoras, se castigara la zoofilia. «Hasta que en este país no hubo un 
empresario contaminador que fue a la cárcel, la gente no se tomó en 
serio el delito ecológico. Pues, igulamente, hacía falta que un 
maltratador de animales pisara la cárcel para que se tomara conciencia 
de que este es un delito de verdad. La sensibilidad social ya está 
suficientemente madura para decir basta a este tipo de crímenes y que se
 erradiquen. La sociedad clama que se actúe con la máxima contundencia»,
 asegura el portavoz de la agrupación, Chesús Yuste Cabello.
Esta indignación creciente está detrás del impresionante incremento 
de las denuncias por maltrato de animales que llegan al Servicio de 
Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil, Seprona. En solo un año
 han superado las 14.000, nada menos que un 90% más que las que se 
registaron en 2008, cuando empezaron a digitalizarse los casos. 
«La sociedad ya no acepta que salgan gratis casos como el del 
torturador de cachorros de Badajoz, un funcionario, padre de familia que
 practicaba su sadismo en el sótano de su casa. O el del violador de 
caballos multireincidente de El Ejido», afirma Menéndez de Llano desde 
el Observatorio de Justicia y Defensa Animal, una entidad independiente 
sin ánimo de lucro que clama por la reforma constitucional para que 
reconozca la protección de los animales, como ocurre en Alemania, Suiza o
 Austria, así como la del Código Cicil, donde un animal es equiparable a
 un mero «objeto». «Solo así dejaremos de ser un país bárbaro», 
apostilla la letrada, que reclama para afrontar todos esos cambios un 
«gran pacto político».
En el otro extremo de la cuerda, Estados Unidos se revela como el 
país más avanzado en esta materia. No solo porque 150 de sus facultades 
de Derecho incluyen como asignatura el Derecho Animal –en España 
únicamente la Universidad Autónoma de Barcelona ofrece estos estudios y 
como máster–, si no porque el FBI incluye estos crímenes en la lista de 
delitos violentos. «Cada vez más estudios demuestran que esos agresores 
raramente se conforman con hacer daño a animales», resalta la abogada. 
De ahí que, este mismo mes, un juez de Nevada haya sentenciado a 28 años
 de prisión a un veinteañeros por torturar y «desmembrar» a siete 
perros. 
Desde la Universidad de Santiago de Compostela, el profesor de 
Filosofía y experto en ética animal, Óscar Horta, invita a la reflexión.
 «A veces se dice que debe respetarse a los seres humanos porque son más
 inteligentes que los demás animales, pero parece claro que sería 
inaceptable discriminar a los humanos que por accidente o edad son menos
 inteligentes. Por tanto, ¿está justificado seguir actuando hacia los 
animales como hasta ahora? ¿Es semejante el ‘especismo’ o discriminación
 de especies a otras como el sexismo o el racismo?